Cuando mi mujer se quedó embarazada, soñaba con enseñar a mi hij@ mi gran pasión, Artes Marciales. Aunque también soñaba con un futuro, que ya egoístamente yo tenía totalmente organizado (qué ignorante).
Llegó la tarde de un 13 de septiembre de 2007, de un día un poco lluvioso, y Alba ya estaba preparada para salir. Pero el que no estaba preparado era yo para la sorpresa que me traía, y cuando digo sorpresa lo digo en el mejor sentido de la palabra. El pediatra del hospital me comunicó que mi niña era síndrome de Down, no supe como digerir eso, y tuve unas sensaciones muy contradictorias, ya que sentía un rechazo hacia mi hija (del que me avergüenzo), pero también sentía que la quería con todo mi alma.
Al día siguiente ya un poco más tranquilo, pensaba que yo no podría hacer las cosas que hace cualquier padre con sus hijos. Pero muy pronto empecé a descubrir que mi niña era una niña muy normal, con sus limitaciones y sus discapacidades pero también con sus posibilidades. Al fin y al cabo todos tenemos discapacidades y capacidades, lo que sí es diferente es que muchas personas no exteriorizan sus discapacidades, y las personas con síndrome de Down sí.
Al descubrir que mi niña era una niña normal, comenzó a rondarme la idea de enseñarle artes marciales, pero ya no lo quería hacer a ella sola de manera individual, ya que eso limitaría la parte social que conlleva el trabajo en grupo, así que pensé en hacerlo cuando ella fuera mayor. Pero seguí, pensando en que, para qué esperar a que mi hija sea algo más mayor para dar clases cuando puedo hacerlo ahora con otros niños.
Pues dicho y hecho, me puse en contacto con el presidente de Centro Down, el Señor Juan, y me ofreció todo su apoyo, y aprovecho desde aquí para agradecérselo, y también a la junta directiva por la oportunidad ofrecida.
Gracias a mi hija he comenzado varias aventuras; entre ellas la de ser padre de una niña Down normal, en todos los sentidos, y la de ser profesor de karate de niños. Cosa ésta, la de dar clases, nunca imaginada por mí hace un tiempo. Es verdad que la vida guarda sorpresas increíbles que nunca imaginamos. Mi hija con lo pequeña que es me ha enseñado más cosas de las que seguramente yo le enseñe a ella en toda su vida; pero hay dos cosas que quiero destacar, primero que no pensaba que se podía querer tanto a una persona, y segundo me enseñó lo que es un niño Down, y ahora visto desde la distancia temporal (un año y medio) tendría diez niñ@s iguales que ella, sin ningún tipo de miedo ni prejuicios, y que no cambiaria a mi niña por nada en el mundo, la quiero tal como es, tanto con sus capacidades como con sus discapacidades.
Llegó la tarde de un 13 de septiembre de 2007, de un día un poco lluvioso, y Alba ya estaba preparada para salir. Pero el que no estaba preparado era yo para la sorpresa que me traía, y cuando digo sorpresa lo digo en el mejor sentido de la palabra. El pediatra del hospital me comunicó que mi niña era síndrome de Down, no supe como digerir eso, y tuve unas sensaciones muy contradictorias, ya que sentía un rechazo hacia mi hija (del que me avergüenzo), pero también sentía que la quería con todo mi alma.
Al día siguiente ya un poco más tranquilo, pensaba que yo no podría hacer las cosas que hace cualquier padre con sus hijos. Pero muy pronto empecé a descubrir que mi niña era una niña muy normal, con sus limitaciones y sus discapacidades pero también con sus posibilidades. Al fin y al cabo todos tenemos discapacidades y capacidades, lo que sí es diferente es que muchas personas no exteriorizan sus discapacidades, y las personas con síndrome de Down sí.
Al descubrir que mi niña era una niña normal, comenzó a rondarme la idea de enseñarle artes marciales, pero ya no lo quería hacer a ella sola de manera individual, ya que eso limitaría la parte social que conlleva el trabajo en grupo, así que pensé en hacerlo cuando ella fuera mayor. Pero seguí, pensando en que, para qué esperar a que mi hija sea algo más mayor para dar clases cuando puedo hacerlo ahora con otros niños.
Pues dicho y hecho, me puse en contacto con el presidente de Centro Down, el Señor Juan, y me ofreció todo su apoyo, y aprovecho desde aquí para agradecérselo, y también a la junta directiva por la oportunidad ofrecida.
Gracias a mi hija he comenzado varias aventuras; entre ellas la de ser padre de una niña Down normal, en todos los sentidos, y la de ser profesor de karate de niños. Cosa ésta, la de dar clases, nunca imaginada por mí hace un tiempo. Es verdad que la vida guarda sorpresas increíbles que nunca imaginamos. Mi hija con lo pequeña que es me ha enseñado más cosas de las que seguramente yo le enseñe a ella en toda su vida; pero hay dos cosas que quiero destacar, primero que no pensaba que se podía querer tanto a una persona, y segundo me enseñó lo que es un niño Down, y ahora visto desde la distancia temporal (un año y medio) tendría diez niñ@s iguales que ella, sin ningún tipo de miedo ni prejuicios, y que no cambiaria a mi niña por nada en el mundo, la quiero tal como es, tanto con sus capacidades como con sus discapacidades.
1 comentario:
Genial el blog y muy bueno el artículo, me ha encantado.
Siempre he querido aprender artes marciales y nunca me he atrevido, pero creo que mi tocaya Alba me ha dado el empujón que necesitaba para intentarlo :)
Un abrazo
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